miércoles, 9 de noviembre de 2016

Gaucho 2.0

Gaucho 2.0


Apenas se esconde la última estrella, y casi antes de que asomen los primeros rayos del sol, don Dionisio Correa ya está despierto, sentado en la silla de madera con asiento de cuero; en la mesa, unos trozos de pan casero, amasado el día anterior, le sirven de desayuno. Con el porongo en una mano, mientras con la otra ceba, desde la pequeña pava toda cubierta de hollín, unos mates calentitos que, a esas horas de la madrugada, y debido al aire fresco y limpio, perfuman el ambiente con el aroma del poléo, de cedrón y de burrito. 

- Hasta luego – Saluda a su esposa, mientras ajusta la rastra a su cintura y coloca, detrás, el facón dentro de la vaina de cuero.

Parado bajo el alero de su rancho, oteando hacia el oeste, divisa el resplandor, entre los cerros, que marca el inicio de una nueva jornada. De un salto, y elevando su cadera, monta su tordillo y parte hacia su puesto, a ordeñar las vacas, a cuidar la hacienda, a alambrar el campo, a curar a los animales enfermos, y a hacer todas las tareas que un gaucho debe cumplir, ya sea en su propio campo o para algún patrón. 

Al paso de su caballo parece despertar el mundo alrededor, el guardamonte va separando, a medida que avanza, la noche del día. Un bufido del tordillo lo saca de su letargo, de esa especie de trance que le produce el rítmico caminar de la bestia, de ese sueño recurrente donde, transportado a otro tiempo, pero al mismo espacio, puede verse, changuito, junto a su padre, quien le enseña, una a una, todas sus habilidades, el secreto del pial, como manejar a los animales, como ser buena gente; esas cualidades que lo definirán, ya de adulto, como gaucho. 

- Buenos días don Dionisio. Lo saluda José Mamani, un gaucho joven, baqueano, valiente y gentil; al tiempo que su mano derecha levantaba su sombrero y su cabeza realizaba una especie de reverencia hacia esa persona que todos los hombres de campo de aquellos lugares consideraban como el más genuino de todos los gauchos.

- Buenos días José. – Respondió don Dionisio, devolviendo el gesto. – ¿Encontraste el torito negro que se te perdió?

- Lo encontré cerca del potrero de don Tejerina, tengo todo el alambrado bien y se las ingenia para escaparse, como si el propio mandinga le abriera la tranquera...

A lo lejos se escuchaba a las pavas del monte que iban bajando, a la cañada, a beber.

Si bien ambos se reconocían como gauchos, entre ellos, en sus costumbres, en su modo de ver la vida, como entre todas las personas, existían diferencias, pero las dejaban de lado y a la libre elección de cada cual.

Don Dionisio, un gaucho a la vieja usanza, vestía como tal todo el día, alpargatas de yute o botas de cuero según la época del año y el trabajo a realizar, bombacha de gaucho, rastra o faja en la cintura, camisa siempre de mangas largas, aunque arremangadas en la época estival, pañuelo al cuello y sombrero de cuero o de pana; y su infaltable facón. Hombre de pocas palabras, solo usaba las necesarias para cada ocasión.

José también viste todo el día como gaucho, aunque cuando permanece en la ciudad se arropa como un citadino más, utiliza las tecnologías más modernas, televisión, celular y redes sociales.

Pero más allá de esas diferencias solo superficiales, tanto uno como otro llevan dentro de sí la esencia campera, y los modos de pensar y de actuar que los identifican como gauchos. Ambos comparten algunas características especiales que resultan comunes tanto a los gauchos de antes como a los de ahora, los gauchos 2.0. 

La primera característica común tiene que ver con el vínculo con la naturaleza, y el respeto hacia la misma; lo que se transforma en una especie de simbiosis con su medio, porque el gaucho no siente a la naturaleza como propia sino que se reconoce parte de ese todo, de ese universo del que todos, y todas las cosas, formamos parte. Sabe interpretar los ruidos y señales que esta le brinda, conoce el comportamiento de los animales salvajes y hasta las estrellas y la luna.

Otra característica importante la constituye la relación única entre el gaucho y su cabalgadura, ya sea esta un mular o un caballo, o ambos; porque es este animal quien lo lleva y lo trae, quien le asiste en sus labores en el campo, quien le sirve de alerta y de compañía.

También caracteriza al gaucho las habilidades y destrezas que debe poseer para el manejo del ganado y el trabajo en el campo, y esto es quizás uno de los aspectos más importantes, puesto que desde su aparición como tal, hace ya varios siglos, el gaucho siempre estuvo ligado a las labores pecuarias, pialar, arriar, marcar, capar, carnear. Algunos tienen la habilidad extra de trabajar con cuero, asta y metal, fabricando lazos, guardamontes, monturas y todo los que ellos mismos necesitan para sus labores.

Pero, quizás, lo más importante para un gaucho tiene que ver con su actitud como tal, el sentimiento de compañerismo hacia sus pares y hacia el prójimo, el estar siempre dispuesto a colaborar, desinteresadamente ante la necesidad del otro, y sobre todo el valor hacia su propia libertad, a su libre determinación, porque el gaucho nunca es patrón, siempre es leal a sus iguales, siempre es justo y jamás olvida el favor recibido ni la buena voluntad que le es dada.

Siguieron cabalgando juntos un tiempo más. Contando sus vivencias e intercambiando sus conocimientos. Cabalgando por las sendas de nuestro monte, de nuestro norte, de nuestro país, uno al lado del otro, sintiendo mutuamente, que con ellos, nuestra tradición, nuestra cultura, nuestros gauchos están a salvo del olvido, la única fuerza que, quizás, y solo si no hay memoria, puede derrotar al tiempo.


Ariel Pablo Brito

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