sábado, 24 de junio de 2017

Fragmento de "Sobre héroes y tumbas" - Ernesto Sabato



Y como Martín le preguntó si entre dos seres que se quieren no debe ser todo nítido, todo transparente y edificado sobre la verdad, Bruno le respondió que la verdad no se puede decir casi nunca cuando se trata de seres humanos, puesto que solo sirve para producir tristeza y destrucción. Agregando que siempre había alentado el proyecto (“pero yo soy nada más que eso: un hombre puro de proyectos, agregó sonriendo con tímido sarcasmo), había alentado el proyecto para escribir una novela o una obra de teatro sobre eso: la historia de un muchacho que se propone a decir siempre la verdad, siempre, cueste lo que cueste. Desde luego, siembra la destrucción, el horror, y la muerte a su paso. Hasta terminar con su propia destrucción, con su propia muerte.
-Entonces hay que mentir- adujo Martín con amargura
– Digo que no siempre se puede decir la verdad. En rigor, casi nunca.
– ¿Mentiras por omisión?
– Algo de eso – replicó Bruno, observándolo de costado, temeroso de herirlo.
– Así que no cree en la verdad.
– Creo que la verdad está bien en las matemáticas, en la química, en la filosofía. No en la vida.
En la vida es más importante la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza. Además, ¿sabemos acaso lo que es la verdad? Si yo lo digo que aquel trozo de ventana azul, digo una verdad. Pero es una verdad parcial, y por lo tanto una especie de mentira. Porque el trozo de ventana no está solo, está en una casa, en una cuidad, en un paisaje. Está rodeado del gris de ese muro de cemento, del azul claro del cielo, de aquellas nubes alargadas, de infinitas cosas más. Y si no digo todo absolutamente todo, estoy mintiendo. Pero decir todo es imposible, aun en este caso de la ventana, de un siempre trozo de la realidad física. La realidad es infinita y además infinitamente matizada, y si me olvido de un solo matiz, ya estoy mintiendo. Ahora imagínese lo que es la realidad de los seres humano con sus complicaciones y recovecos, contradicciones y además cambiantes. Porque cambia a cada instante que pasa, y lo que éramos hace un momento no lo somos más. ¿Somos, acaso, siempre la misma persona? ¿Tenemos acaso siempre los mismos sentimientos? Se puede querer a alguien y de pronto desestimarlo y hasta detestarlo. Y si cuando lo desestimamos cometemos el error de decírselo, eso es una verdad, pero una verdad momentánea, que no será más verdad dentro de una hora o al otro día, o en otras circunstancias. Y en cambio el ser a quien se la decimos creerá que ésa es la verdad, la verdad para siempre y desde siempre. Y se hundirá en la desesperación.

Inti Raymi - El renacimiento del sol


Fueron varias las razones que impulsaron a la civilización Inca a realizar los sacrificios y ofrendas al astro rey. Una fue que el Inca, al igual que la nobleza cusqueña, eran considerados hijos naturales del Sol; a él obedecían su existencia, y debían corresponderle con sacrificios y ofrendas. Por otro lado, si la cosecha del maíz fue buena, había que agradecerle y si fue mala, había que rogarle para que el año venidero les compense con una buena producción.

En junio (solsticio de invierno), el Sol se iba alejando, el frío aumentaba, en los amaneceres el agua estaba escarchada, por tanto, había que pedirle al Sol que volviera, que al rayar los crepúsculos matutinos no siguieran avanzando hacia el norte. Finalmente, había que testimoniarle al dios Inti, la eternidad y total entrega de sus hijos, con sumisión y respeto.


Hace más de seis siglos, el Inca Pachacútec instituyó la Fiesta al dios Sol. Los Cusqueños actualmente siguen representando el Inti Raymi con el mismo fervor con el que sus ancestros lo realizaban en las esplendorosas épocas del incanato.

El Inti Raymi, en su versión contemporánea se realiza desde el 24 de junio de 1944, cuando fueron instituidas las fiestas de la ciudad en recuerdo a su milenario origen y cuna de la Gran Civilización Inca. En 1572 el virrey Francisco Álvarez de Toledo (1515-1584) la prohibió por considerarla una ceremonia pagana y contraria a la fe católica. Se siguió realizando de manera clandestina.



En 1944, Faustino Espinoza Navarro ejecutó una reconstrucción histórica del Inti Raymi. La reconstrucción se basa en la crónica de Garcilaso de la Vega y sólo se refiere a la ceremonia religiosa. Desde esa fecha en adelante, la ceremonia vuelve a ser un evento público y de gran atractivo turístico. Aunque hoy conocemos a esta celebración con su nombre quechua de Inti Raymi, en realidad se trata de una festividad común a muchos pueblos prehispánicos de los Andes, y que seguramente precede con mucho a la formación del Imperio incaico.

La noche de San Juan

Los antiguos celtas llamaban Alban Heruin a este festival, y su principal significado era el de celebrar el instante en el que el Sol se hallaba en su máximo esplendor, cuando duraba más tiempo en el cielo y mostraba su máximo poder a los hombres, y al mismo tiempo, el día en que empezaba a decrecer en el Solsticio de Invierno.
Para conmemorar y al mismo tiempo para atraer su bendición sobre hombres, animales y campos, se encendían grandes hogueras. Este festival se lo asocia a rituales destinados a obtener pareja o a conservarla.
Son innumerables los rituales propios de la Noche de San Juan, que se conmemora la víspera del 24 de Junio, pero todos giran en torno a la glorificación del fuego. De hecho, este es el festival del fuego por excelencia. 
Realmente la noche del solsticio varía entre el 21 de Junio aunque la Iglesia la ha adaptado a la festividad de San Juan.
De igual forma, la presencia del agua es uno de los grandes símbolos de las celebraciones de San Juan que parece no tenerse en tanta consideración y que sin embargo, es una parte esencial de numerosos ritos de esta festividad.
El apelativo de "Verbena" a esta fiesta se lo dio la costumbre practicada en algunos lugares por las jóvenes casaderas de ir a recoger verbena a las doce de la noche en la víspera de San Juan, creyendo que con ello conseguirían el amor del hombre deseado por su corazón.

COSTUMBRES Y CREENCIAS

Una de la creencias era que la pareja que saltaba unida la hoguera conseguía felicidad y buena fortuna. Otra de las tantas costumbres es aquella en que las jóvenes arrojan guirnaldas trenzadas por ellas a sus amados a través de las llamas y ellos deben recogerlas antes de que caigan al fuego.

Las guirnaldas se guardan como talismanes de buena fortuna y, ocasionalmente, se quemaba alguna cinta en el hogar para procurar protección de sus habitantes y animales.

miércoles, 14 de junio de 2017

El Che

El 14 de Junio de 1928, nacía en Rosario, Argentina, uno de los personajes mas influyentes del siglo XX, cuya imagen amada y odiada, representa las utopías en la primavera del pensamiento de los '60, ese día veía la luz, "Ernesto Guevara". Nacido en el seno de una familia aristocrática de la "Clase Alta Argentina", se cree que en realidad nació el 14 de Mayo y se adultero el acta para ocultar que la madre, Celia de la Serna se había casado estando ya embarazada, por ello había permanecido oculta en Caraguataý, en una de las estancias dentro de las plantaciones de yerba mate que los Guevara Lynch poseían en Misiones. Viajando en barco a Buenos Aires para dar a luz, el parto se adelantó, por lo que bajaron de urgencia en Rosario donde Ernesto nació en el Hospital Centenario. Instalados en el barrio de Palermo en Bs. As. a los 2 años tuvo su primer ataque de asma, por prescripción médica y sin impedimentos económicos los Guevara se trasladaron a Alta Gracia, provincia de Córdoba, allí permanecieron los siguientes 17 años, hasta que en 1947 se traslada a Buenos Aires con su amigo de la infancia "Alberto Granados" para estudiar medicina. En 1950 inicia junto a su amigo el primer "viaje" al norte del país, allí conoció las penurias de los pueblos indígenas Argentinos, comenzaría a abrazar las ideas de Marx y Nehrú, de regreso comenzó a especializarse en alergias y consiguió trabajo en la clínica del Dr. Salvador Pisani. En Enero de 1952 junto con Granados iniciarían el viaje que cambió sus vidas y el mundo, salieron de Córdoba a bordo de una moto a la que llamaron "La poderosa II", recorrieron Argentina hasta Bariloche, pasaron a Chile donde abandonaron la moto, siguieron a dedo y de polizones por Perú, Ernesto quedó indignado por las injusticias que encontraba paso a paso, decidieron quedarse a colaborar con el médico Hugo Pesce, quien los conduce en barco a Iquitos donde pasaron unos meses en el leprosario de San Pablo a orillas del Amazonas. En una balsa construida por los pacientes a la que llamaron "Mambo-Tango", llegaron a la ciudad de Leticia, de allí en hidroavión a Bogotá, finalmente llegaron a Caracas donde se separaron, Granados se quedo allí a trabajar y Ernesto regresó a Buenos Aires a terminar sus estudios. Ya recibido en 1953 realiza su segundo viaje con Carlos Ferrer, pasaron por La Paz, Cuzco, Machu Pichu, Lima, Guayaquil hasta la agitada Guatemala en proceso revolucionario del cual Ernesto aprendió muchísimo. Llegado a México, Ernesto conoce a Fidel Castro recientemente liberado y a un grupo de cubanos que planeaban llevar a cabo una liberación revolucionaria, nacía el movimiento "26 de Julio". Luego de años de preparativos, en Noviembre de 1956 a bordo del "Granma", 82 hombres llegaron a las costas cubanas, encallaron, perdieron casi todas las armas y medicinas, fueron divisados por militares, en el ataque la mayoría fue detenida y fusilada, luego de dispersarse solo 12 se salvaron al internarse en la "Sierra maestra". Luego de un comienzo precario fueron recibiendo apoyos y adhesiones de empleados rurales y tras dos años de entrenamientos el 28 de Diciembre de 1958, junto con Fidel Castro, Raúl castro y Camilo Cienfuegos inició el ataque final, allí comenzaría la otra vida de Ernesto, pero esa es otra historia.

Las ruinas circulares - Borges

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.

El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.

Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.

Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.

En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.

El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido… En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.

Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.

Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.

El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.

jueves, 8 de junio de 2017

1984 - George Orwell

"No habrá lealtad; no existirá más fidelidad que la que se debe al Partido, ni más amor que el amor al Gran Hermano. No habrá risa, excepto la risa triunfal cuando se derrota a un enemigo. No habrá arte, ni literatura, ni ciencia. No habrá ya distinción entre la belleza y la fealdad. Todos los placeres serán destruidos. Pero siempre, no lo olvides, Winston, siempre habrá el afán de poder, la sed de dominio, que aumentará constantemente y se hará cada vez más sutil. Siempre existirá la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo indefenso. Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro. figúrate una bota aplastando un rostro humano... incesantemente."

"-Nosotros, Winston, controlamos la vida en todos sus niveles. Te figuras que existe algo llamado la naturaleza humana, que se irritará por lo que hacemos y se volverá contra nosotros. Pero no olvides que nosotros creamos la naturaleza humana. Los hombres son infinitamente maleables. O quizás hayas vuelto a tu antigua idea de que los proletarios o los esclavos se levantarán contra nosotros y nos derribarán. Desecha esa idea. Están indefensos, como animales. La Humanidad es el Partido. Los otros están fuera, son insignificantes."

"Los hechos no podían ser ocultados, se los exprimían a uno con la tortura o les seguían la pista con los interrogatorios. Pero si la finalidad que uno se proponía no era salvar la vida sino haber sido humanos hasta el final, ¿qué importaba todo aquello? Los sentimientos no podían cambiarlos; es más, ni uno mismo podría suprimirlos. Sin duda, podrían saber hasta el más pequeño detalle de todo lo que uno hubiera hecho, dicho o pensado; pero el fondo del corazón, cuyo contenido era un misterio incluso para su dueño, se mantendría siempre inexpugnable."

"-¿Existe el Gran Hermano?- dijo Winston

-Claro que existe. El Partido existe. El Gran Hermano es la encarnación del partido-dijo O'Brien

-¿Existe en el mismo sentido en que yo existo?

-Tú no existes. "

" "La ignorancia es la fuerza, la libertad es la esclavitud, la guerra es la paz." Se había acostumbrado a dormir con una luz muy fuerte sobre el rostro. La única diferencia que notaba con ello era que sus sueños tenían así más coherencia. "