Fueron varias las razones que
impulsaron a la civilización Inca a realizar los sacrificios y ofrendas al
astro rey. Una fue que el Inca, al igual que la nobleza cusqueña, eran
considerados hijos naturales del Sol; a él obedecían su existencia, y debían
corresponderle con sacrificios y ofrendas. Por otro lado, si la cosecha del
maíz fue buena, había que agradecerle y si fue mala, había que rogarle para que
el año venidero les compense con una buena producción.
En junio (solsticio de invierno),
el Sol se iba alejando, el frío aumentaba, en los amaneceres el agua estaba
escarchada, por tanto, había que pedirle al Sol que volviera, que al rayar los
crepúsculos matutinos no siguieran avanzando hacia el norte. Finalmente, había
que testimoniarle al dios Inti, la eternidad y total entrega de sus hijos, con
sumisión y respeto.
Hace más de seis siglos, el Inca Pachacútec
instituyó la Fiesta al dios Sol. Los Cusqueños actualmente siguen representando
el Inti Raymi con el mismo fervor con el que sus ancestros lo realizaban en las
esplendorosas épocas del incanato.
El Inti Raymi, en su versión
contemporánea se realiza desde el 24 de junio de 1944, cuando fueron
instituidas las fiestas de la ciudad en recuerdo a su milenario origen y cuna
de la Gran Civilización Inca. En 1572 el virrey Francisco Álvarez de Toledo
(1515-1584) la prohibió por considerarla una ceremonia pagana y contraria a la
fe católica. Se siguió realizando de manera clandestina.
En 1944, Faustino Espinoza
Navarro ejecutó una reconstrucción histórica del Inti Raymi. La reconstrucción
se basa en la crónica de Garcilaso de la Vega y sólo se refiere a la ceremonia
religiosa. Desde esa fecha en adelante, la ceremonia vuelve a ser un evento
público y de gran atractivo turístico. Aunque hoy conocemos a esta celebración
con su nombre quechua de Inti Raymi, en realidad se trata de una festividad
común a muchos pueblos prehispánicos de los Andes, y que seguramente precede
con mucho a la formación del Imperio incaico.
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