miércoles, 16 de noviembre de 2016

El árbol de sal - Leyenda Mocoví



Los mocovíes, indígenas del norte argentino, conocen un helecho llamado Iobec Mapic, al que muchos confunden con un árbol, por que tiene un gran porte y puede llegar a los 2 metros de altura.

Dice la leyenda que cuando Cotaá (Dios) creó el mundo hizo esta planta para que alimentara al hombre; la planta se expandió rápidamente y fue de gran utilidad para la humanidad que la consumía agradecidamente.

Neepec (el diablo), sintió envidia de ver lo útil que era esta planta y se propuso destruirlas a todas, de la forma en que fuese necesario y posible.

Se elevó por los aires y fue a las salinas más cercanas, llenó un gran cántaro con agua salada y los arrojó sobre las matas con la intención de quemarlas con el salitre.

Fue entonces que las raíces absorbieron el agua; la sal se mezcló con la savia y las hojas tomaron el mismo gusto.

Cotaá triunfó una vez más porque la planta no perdió su utilidad, ya que con ella sazonan las carnes de los animales salvajes y otros alimentos...

Fuente: www.folkloredelnorte.com.ar

La Salamanca (Consejo de un arriero) - Juan Carlos Davalos


Arreando ganado, camino de Chile,
tres cargas perdimos en un cañadón.
En unas aguadas, al cerrar la noche,
fuimos a toparlas, yo con otro peón.

Lejos, a trasmano, quedaba la tropa,
la noche era oscura, pesado el tirón.
De cama, a la espera que brille la luna,
en lo seco echamos apero y jergón.

Calculo sería más de media noche,
cuando nos despierta singular rumor:
cantar de mujeres y tun tún de cajas,
que el viento traía con distinto son.

- Sin duda de fiesta - dije - en estos pagos
andará gente, pues sábado es hoy.
¿Qué tal que vayamos a buscar el baile?
Dijo el compañero: - Güeno, vámonos.

Maneamos las mulas y a pie nos largamos,
ya oíamos cerca sonar el rumor.
En una quebrada, doblando un recodo,
un rancho a la vista se nos presentó.

Ni perro, ni luces, ni fuego en el rancho...
cada vez más cerca se oía el rumor,
agora de gritos y de carcajadas,
y de juramentos y de confusión.

Al filo de un cerro pareció la luna,
patente, un guanaco sobre ella pasó;
calcado en el cielo bajó por el filo,
y agudo relincho los aires llenó.

Mal agüero es éste - dijo el compañero -
que toda esa bulla se me hace ilusión.
Recemos un credo, que aquí es Salamanca,
y de ella nos libre por siempre el Señor.


La flor del Ilolay - Juan Carlos Davalos


Don Juan - Bernardo

Erase una viejecilla
que en los ojos tenía un mal
y la pobre no cesaba
de llorar.

Una médica le dijo:
- Te pudiera yo curar
si tus hijos me trajesen
una flor del Ilolay.-

Y la pobre viejecilla
no cesaba de llorar,
porque no era nada fácil encontrar
esa flor del ilo-ilo Ilolay.

Mas los hijos que a su madre
la querían a cual más,
resolvieron irse lejos a buscar,
esa flor maravillosa
que a los ciegos vista da.

Bernardo

- Va rajado el cuento, abuelo,
como vos me lo contáis.
¡ No habéis dicho que los hijos
eran tres!

Don Juan

- Bueno, ¡Ya están!
Y los tres, marchando juntos
caminaron, hasta dar
con tres sendas, y tomaron
una senda cada cual.

El chiquillo que a su madre quería más,
fue derecho por su senda sin parar,
preguntando a los viajeros
por la flor del Ilolay.

Y una noche, fatigado
de viajar y preguntar,
en el hueco de unas peñas
acostóse a descansar.
Y lloraba, y a la pobre
cieguecilla recordaba sin cesar.

Y ocurrió que de esas peñas
en la lóbrega oquedad,
al venir la media noche
sus consejos de familia
celebraba Satanás.
Y la diabla y los diablillos,
en horrible zarabanda
se ponían a bailar.

Carboncillo, de los diablos,
el más diablo para el mal,
¡Carboncillo cayó el último
de gran flor en el ojal!
- ¡Carboncillo!- gritó al verle
furibundo Satanás -,
¡petulante Carboncillo,
quite allá!

¿Cómo viene a mi presencia
con la flor de Dios hechura
que a los ciegos vista da?
Metió el rabo entre las piernas
y poniéndose a temblar,
Carboncillo tiró lejos
el adorno de su ojal.

Y el chiquillo recogióla,
y allá va,
¡corre, corre, que te corre,
que te corre Satanás!
el camino desandando sin parar,
y ganó la encrucijada
con la flor del Ilolay.

Le aguardaban sus hermanos,
y al mirarle regresar,
con la flor que no pudieron
los muy tunos encontrar,
¡le mataron, envidiosos,
le mataron sin piedad!
le enterraron allí cerca
del camino, en un erial,
y se fueron a su madre
con la flor del Ilolay.

Y curó la viejecita
de su mal,
y al pequeño recordando
sin cesar,
preguntaba a sus dos hijos:
-¿Dónde mi hijo, dónde está...?

- No le vimos, contestaban
los perversos, - que quizá
extraviado con sus malas
compañías andará.-

Y los días y los meses
se pasaron, y al hogar,
¡nunca, nunca el pobrecillo
volvió más!
Y una vez un pastorcillo
que pasó por el erial,
una caña de canutos
vio al pasar.

Con la caña hizo una flauta,
y poniéndose a tocar,
escuchaba el pastorcillo
de las notas al compás,
que la caña suspiraba
con lamento sepulcral:

- Pastorcillo, no me toques
ni me dejes de tocar:
¡Mis hermanitos me han muerto
por la flor del Ilolay!

Gente en los sueños - Manuel J. Castilla


Los sueños tienen gente.
y uno, dormido, es como una casa
que de golpe se llena de personas.

Hay veces que ellas y uno, todos, caminamos y hablamos
y nos oímos apenas como si conversáramos desde lejos.

Uno habla con los amigos muertos.

Y cuando se recuerda
se hunde en un espejo, de espaldas,
las manos llenas de ademanes vacíos.
Y un día brillante queda lejos y solo.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Gaucho 2.0

Gaucho 2.0


Apenas se esconde la última estrella, y casi antes de que asomen los primeros rayos del sol, don Dionisio Correa ya está despierto, sentado en la silla de madera con asiento de cuero; en la mesa, unos trozos de pan casero, amasado el día anterior, le sirven de desayuno. Con el porongo en una mano, mientras con la otra ceba, desde la pequeña pava toda cubierta de hollín, unos mates calentitos que, a esas horas de la madrugada, y debido al aire fresco y limpio, perfuman el ambiente con el aroma del poléo, de cedrón y de burrito. 

- Hasta luego – Saluda a su esposa, mientras ajusta la rastra a su cintura y coloca, detrás, el facón dentro de la vaina de cuero.

Parado bajo el alero de su rancho, oteando hacia el oeste, divisa el resplandor, entre los cerros, que marca el inicio de una nueva jornada. De un salto, y elevando su cadera, monta su tordillo y parte hacia su puesto, a ordeñar las vacas, a cuidar la hacienda, a alambrar el campo, a curar a los animales enfermos, y a hacer todas las tareas que un gaucho debe cumplir, ya sea en su propio campo o para algún patrón. 

Al paso de su caballo parece despertar el mundo alrededor, el guardamonte va separando, a medida que avanza, la noche del día. Un bufido del tordillo lo saca de su letargo, de esa especie de trance que le produce el rítmico caminar de la bestia, de ese sueño recurrente donde, transportado a otro tiempo, pero al mismo espacio, puede verse, changuito, junto a su padre, quien le enseña, una a una, todas sus habilidades, el secreto del pial, como manejar a los animales, como ser buena gente; esas cualidades que lo definirán, ya de adulto, como gaucho. 

- Buenos días don Dionisio. Lo saluda José Mamani, un gaucho joven, baqueano, valiente y gentil; al tiempo que su mano derecha levantaba su sombrero y su cabeza realizaba una especie de reverencia hacia esa persona que todos los hombres de campo de aquellos lugares consideraban como el más genuino de todos los gauchos.

- Buenos días José. – Respondió don Dionisio, devolviendo el gesto. – ¿Encontraste el torito negro que se te perdió?

- Lo encontré cerca del potrero de don Tejerina, tengo todo el alambrado bien y se las ingenia para escaparse, como si el propio mandinga le abriera la tranquera...

A lo lejos se escuchaba a las pavas del monte que iban bajando, a la cañada, a beber.

Si bien ambos se reconocían como gauchos, entre ellos, en sus costumbres, en su modo de ver la vida, como entre todas las personas, existían diferencias, pero las dejaban de lado y a la libre elección de cada cual.

Don Dionisio, un gaucho a la vieja usanza, vestía como tal todo el día, alpargatas de yute o botas de cuero según la época del año y el trabajo a realizar, bombacha de gaucho, rastra o faja en la cintura, camisa siempre de mangas largas, aunque arremangadas en la época estival, pañuelo al cuello y sombrero de cuero o de pana; y su infaltable facón. Hombre de pocas palabras, solo usaba las necesarias para cada ocasión.

José también viste todo el día como gaucho, aunque cuando permanece en la ciudad se arropa como un citadino más, utiliza las tecnologías más modernas, televisión, celular y redes sociales.

Pero más allá de esas diferencias solo superficiales, tanto uno como otro llevan dentro de sí la esencia campera, y los modos de pensar y de actuar que los identifican como gauchos. Ambos comparten algunas características especiales que resultan comunes tanto a los gauchos de antes como a los de ahora, los gauchos 2.0. 

La primera característica común tiene que ver con el vínculo con la naturaleza, y el respeto hacia la misma; lo que se transforma en una especie de simbiosis con su medio, porque el gaucho no siente a la naturaleza como propia sino que se reconoce parte de ese todo, de ese universo del que todos, y todas las cosas, formamos parte. Sabe interpretar los ruidos y señales que esta le brinda, conoce el comportamiento de los animales salvajes y hasta las estrellas y la luna.

Otra característica importante la constituye la relación única entre el gaucho y su cabalgadura, ya sea esta un mular o un caballo, o ambos; porque es este animal quien lo lleva y lo trae, quien le asiste en sus labores en el campo, quien le sirve de alerta y de compañía.

También caracteriza al gaucho las habilidades y destrezas que debe poseer para el manejo del ganado y el trabajo en el campo, y esto es quizás uno de los aspectos más importantes, puesto que desde su aparición como tal, hace ya varios siglos, el gaucho siempre estuvo ligado a las labores pecuarias, pialar, arriar, marcar, capar, carnear. Algunos tienen la habilidad extra de trabajar con cuero, asta y metal, fabricando lazos, guardamontes, monturas y todo los que ellos mismos necesitan para sus labores.

Pero, quizás, lo más importante para un gaucho tiene que ver con su actitud como tal, el sentimiento de compañerismo hacia sus pares y hacia el prójimo, el estar siempre dispuesto a colaborar, desinteresadamente ante la necesidad del otro, y sobre todo el valor hacia su propia libertad, a su libre determinación, porque el gaucho nunca es patrón, siempre es leal a sus iguales, siempre es justo y jamás olvida el favor recibido ni la buena voluntad que le es dada.

Siguieron cabalgando juntos un tiempo más. Contando sus vivencias e intercambiando sus conocimientos. Cabalgando por las sendas de nuestro monte, de nuestro norte, de nuestro país, uno al lado del otro, sintiendo mutuamente, que con ellos, nuestra tradición, nuestra cultura, nuestros gauchos están a salvo del olvido, la única fuerza que, quizás, y solo si no hay memoria, puede derrotar al tiempo.


Ariel Pablo Brito