- Cuanto cuesta?
Pregunté ingenuamente al payaso,
que a cara lavada y con arrugas como surcos
que sorteaban la barba entrecana de varios dias; sacaba sus clavas y pelotas,
de la vieja maleta de metal modelo Cambe 1911;
alistaba su sombrero de la suerte
e inflaba globos de colores para los niños.
Tarde templada de septiembre en mi
ciudad con alma de pueblo.
En la plaza una brisa tenue
anuncia la pronta llegada de la primavera.
Los niños juegan, corren y
gritan en los juegos infantiles;
mientras sus madres,
sentadas en los bancos alrededor,
actualizan rumores, noticias,
los te lo dije y los me dijeron.
- Quieres una flor, un perrito o una espada?
Le preguntó a Zoe.
No la imaginé con una espada en sus
manitos, con un perrito....
-Quiero una flor...
La escuche decir, y mi corazón sabía
que esa es la mejor elección
que ella podía hacer.
Mientras, con sus manos quemadas por
el sol y por el humo de algún cigarro,
doblaba una y otra vez el globo,
tarareaba una canción que se trataba
de la vida solitaria de los payasos,
y parecía imbuir en aquella flor la alegría que sólo
ellos pueden transmitir a los pequeños.
- Cuanto cuesta?
Pregunté ingenuamente.
Porque me di cuenta que tratar de ponerle
un valor a la sonrisa de un niño
es casi tan injusto como tener
un ave encerrada sólo para observar su belleza.
- Aquí tiene señorita...
Le entregó la flor color lila y con tres pétalos,
haciendo una reverencia;
a lo que ella correspondió con una mirada
cargada de ternura, y una sonrisa que dejaba ver
sus pequeños dientes,
aún pintados de rosado por el copito de nieve
que acababa de probar.
- Gracias, le dijo.
Y nos alejamos,
y a medio camino vuelvo la mirada
y aquel payaso permanecía inmóvil,
con sus ojos clavados en algún lugar distante,
quizás recordando, dentro de su pecho,
en los ojos de mi hijita, la mirada
de aquellos niños que siempre esperan por el,
esos niños para los que él es un héroe,
y por quien llenan sus ojos con la pureza infantil.
Entonces, comprendí
que todo payaso esconde una tristeza,
y en la sonrisa de los niños, en su mirada
tierna encuentran el pago de su libertad.
Ariel Pablo Brito
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